Les recomiendo hacer este ejercicio cuando cumplan una década. Van a ver que se acuerdan mucho más que 40 cosas… Acá van algunas de mis #40tacos
Me acordé de Daniel (el hijo de Tilde, la mujer que manejaba la camioneta escolar). En un momento él la reemplazaba, y cuando pasábamos por un túnel que se inundaba, iba despacito para no mojar a los que pasaban. “Dale, ¡mojalo!”, le gritábamos, y él nos decía: “No, ¿y si está yendo a una entrevista de trabajo”.
Me acordé del sillón de mi abuela en un rincón de su sala de estar, junto a la ventana; y de ella, con los ojos cerrados a la hora de la siesta.
Me acordé de mi conejo blanco: yo, sentada en la fila del colegio con una caja de zapatos; y él, adentro. El director Carlos Dib se me acercó y me dijo que no estaba permitido traer mascotas al colegio. Ah, ¿no?
Me acordé de Antonio, el portero de la calle Juncal, al que le gustaba robar productos de las canastas de plástico con pedidos que esperaban en la entrada mientras el repartidor del supermercado Disco subía a entregar el pedido.
Me acordé de cuando limpiábamos la pileta del campo; la vaciábamos, y con cepillos y escobas, limpiábamos las paredes y el piso. Le tirábamos chorros de cloro y después limpiábamos con una manguera. «Culipatín», tropiezos y muchos golpes.
Me acordé de cuando me tomé el agua que había quedado en el vaso para los dientes de mi bisabuela. La tentación de risa de mis padres. “¿Qué era?”, decía yo. Llanto. Desesperación.
Me acordé de cuando nos íbamos caminando a San Nicolás. Eran cuatro días con los pies llenos de ampollas, sin bañarnos. La primera vez, los paisajes eran nuevos y la emoción de cuando estábamos llegando al santuario no me la olvido más. Tampoco me olvido de las bengalas que tiraban y de los empujones. “¿Es acá?”. Tocar a la virgen, y la gente llorando… Las otras veces era distinto: los caminos ya eran conocidos, el «para qué vine», «no pasa el tiempo», «no llegamos más». Y nunca más.
Me acordé de Miguel, el kiosquero del colegio, que decía: «Dos filas solamente, señores».
Me acordé de cuando hacíamos la fila de Caix matiné a las 6 de la tarde.
Me acordé de la F100 azul de mi viejo, que nos buscaba en los cumpleaños a mí y a todas mis amigas. Nos llevaba en la caja y nos dejaba casa por casa.
Me acordé de cuando le dije a nuestra catequista Liset que era una bruja. “¿Una qué?”.
Me acordé de mi hermano más grande, que me agarraba del cuello para cruzar.
Me acordé del miedo que le tenía a las cartas de Software Legal que llegaban por debajo de la puerta en la editorial.
Me acordé de una vez que fui a ver a Grande Pá al teatro con una amiga y su mamá.
Me acordé cuando me rompí una paleta de los dientes con el skate en la puerta del dentista.
Me acordé de que odiaba los lunes porque teníamos natación y de que fui la única que se llevó la materia. Senté precedente…
Me acordé de la sala de computación, donde aprendíamos la tortuga del software Logo con un profesor pelirrojo y una señora muy vieja.
Me acordé de cuando llamé a una ambulancia en un telo.
Me acordé que, una vez, con Celina, nos dijeron: “Las espero a que se cambien”, cuando nosotras ya estábamos listas.
Me acordé de cuando le dije marmota a una profesora.
Me acordé de cuando nos escondíamos al costado de la pista de atletismo y nos anotábamos las rayitas de las vueltas con una lapicera.
Me acordé de mi cuarto de chica, que lo empapelé con los chistes de Nik de la revista del domingo. Algunos no los entendía.
Me acordé del Centro Traumatológico Uriburu, donde si entrabas, salías con un yeso. También de la enfermera canosa con sus anteojos grandes.
Me acordé de mi primer novio, que la primera vez que salimos, me dejó en casa y después chocó en los bosques de Palermo. Destrucción total.
Me acordé de mi pecera, con un buceador y con algunos peces naranjas, que tenían nombre y mi apellido.
Me acordé cuando, con mi hermano Nacho, recorríamos los pisos del edificio dejando tarjetas de feliz navidad hechas por nosotros.
Me acordé del Summerhill, el instituto de inglés al que iba por la tarde, solo porque me mandaban con un jugo y galletitas. La espera en la clase vacía, el aburrimiento y la desolación. Los «listening» y una canción que decía: “I am Rupert, the Parrot”.
Me acordé de cuando me caí del caballo y perdí mi vincha. Todos buscando la vincha en el potrero.
Me acordé de que, cuando era chica, le hice comprar a mi madre el equipo de gimnasia deportiva y a los días abandoné. Lo mismo con tenis, paddle, etc., etc.
Me acordé de cuando me caí en una clase de equitación y me embarré tanto que me tuvieron que venir a buscar.
Me acordé de mi canario Sultán, que no cantó más después de una vez que se cayó de mi balcón. Yo me enteré mucho después.
Me acordé de mi computadora de papel, con juegos hechos a mano, y de las contestaciones de mi prima Ine, que ponía: “Qué pendeja”, donde había que completar algo.
Me acordé de la bolsa de red gigante con pelotas para el campo de deportes y de Jorge, el profesor de Gimnasia, que bailaba «El rey del gichi-gichi», con la gorra para atrás.
Me acordé de mi cumpleaños de quince. Mi mamá contrató un mago que trajo un mono de peluche al que hacía hablar y decir guarangadas.
Me acordé de un juego de la copa y de Marian (quien yo creía mi amiga), que se había escrito en su brazo mi nombre con jabón, quince minutos antes de sentarnos. La pregunta fue: «¿Querés llevarte a alguien?», y el espíritu escribió en su brazo: “María J”…
Me acordé de mi prima Ine que, en navidad, en San Isidro, me dijo: “Son nuestros papás, ¿vos sabías, no?”. ¡Obvio!
Me acordé de un verano en Mar del Plata, que estábamos metidas en el mar con mis amigas Cata y Paula, con nuestras tablas de morey, y de golpe, vimos a la mamá de Cata gritando en la orilla y al bañero viniendo hacia nosotras y tocando el pito.
Me acordé de que, con Jose, mi amiga, un verano hicimos un pozo común para gastos y yo de ahí sacaba para comprar mis puchos. Creo que ahí empezó a fumar.
Me acordé de cómo corría al árbol de navidad las mañanas de los 25 de diciembre.
Me acordé de la gelatina que me daba Rosita cuando iba al trabajo de mamá, mientras miraba una pantalla como de cine en la que se veía el quirófano.