La obra me dejó pensando, sobre todo, en cómo subestimamos a las personas que quizás no encajan del todo en esta sociedad y que en realidad la tienen más clara que todos nosotros juntos.
Si nos ponemos a pensar, el teatro necesita de los actores, de los técnicos y de los espectadores. Estas tres partes deben estar presentes en un lugar para participar de una misma experiencia: la función. Es por eso que toda acción del público influye en la performance de los actores: las risas, los comentarios en voz baja, incluso los estornudos (tan notables en esta época postpandemia). Me gusta decir que el teatro es un espectáculo porque genera sensaciones. Podría compararse con ir a un partido de fútbol o ir a un recital. El saludo final y los aplausos terminan de avisarnos a los espectadores que estamos ahí, que estamos vivos.
Es increíble la diferencia del teatro con el cine. Obviamente, en el cine no están presentes los actores y creo que cada vez va menos gente porque podemos ver la misma película en Netflix, en el sillón de casa.
Existen híbridos entre el teatro y el cine como Distancia, el espectáculo de Matías Umpierrez, estrenado en el 2014, donde cuatro amigas en cuatro países distintos están conectadas en vivo por Skype y comparten el escenario. Una innovación que abría las puertas a la virtualidad. Claro que ahora no sería novedad, pero antes de la pandemia sí lo era. El nombre de esta obra me parece muy acertado y pienso en cómo la pandemia acortó las distancias y a la vez cómo ahora se valora más el hecho de “estar” en persona.
Otro ejemplo que vale la pena nombrar es el proyecto Campo minado, de Lola Arias, que surge en el 2013 con una video-instalación donde actuaban algunos veteranos argentinos y británicos de la Guerra de Malvinas. La temática (unir a los dos bandos que habían sido enemigos) y el formato fueron revolucionarios. En el 2016, se convirtió en una obra de teatro que reunía en el escenario a seis de estos excombatientes para reconstruir sus recuerdos de la guerra y su vida después de ella.